Una forma de ser arquitecto
Sebastián Adamo y Marcelo Faiden revisitan la historia edilicia reciente de Buenos Aires
Existe una forma de ser arquitecto que se alimenta de deseos y demandas, de intereses superpuestos y de una gran diversidad de impulsos proyectados hacia la arquitectura desde entornos bastante distantes entre sí. Los métodos y técnicas de proyecto desarrollados por este modelo de profesional alcanzan su máximo potencial al enfrentarse a situaciones ordinarias. Su producción se vuelve relevante cuando nadie la reclama. Casi siempre y casi en cualquier lugar. Esta forma de ser arquitecto viene así asociada a un gran campo de acción. Un entorno extenso y dúctil sobre el cual desplegar su agenda.
Para bien o para mal, la ciudad de Buenos Aires favoreció el desarrollo de esta forma de ser arquitecto. Un programa de concursos históricamente escuálido ha impedido la proliferación de arquitectos enfocados en la obra pública. Las excepcionales materializaciones realizadas bajo este sistema de contratación se han transformado en eso mismo: en excepciones. Ni la ciudad ni los estudios profesionales han sido moldeados por ocasiones de proyecto protegidas. Es decir, por edificios anhelados y producidos al margen de los intereses privados.
Sin embargo, ante esta descripción para nada estimulante, es oportuno remarcar que esta misma ciudad sostuvo un intercambio cultural fluido con el mundo. Las ideas han viajado ida y vuelta, a través de cielos y océanos, custodiadas por arquitectos de vocación universal, ávidos por participar en los debates que atravesaron cada uno de los presentes de la disciplina. Es probable que la producción arquitectónica de Buenos Aires responda en gran medida a la escasez de instituciones que la promuevan, y a una extrema vocación por practicarla a toda costa. Los protagonistas de este enfoque asumieron que las características de su entorno les impedirían reproducir con exactitud los modelos externos. Y en lugar de ofrecer resistencia, utilizaron todo su arsenal de contingencias para desencadenar una nueva iteración de los mismos protocolos de diseño, logrando que un contexto atravesado por las leyes del mercado ofrezca versiones sorprendentes de una agenda disciplinar ensayada en otros contextos. Este grupo de arquitectos se encargará de ampliar los elementos que intervienen en el proyecto. Para ellos, diseñar implicará también encontrar la posición adecuada dentro de cada ciclo económico, implicará la cuidadosa construcción de un comitente proyectado a la altura de sus intereses y, por sobre todas las cosas, implicará el desarrollo de un agudo sentido de la oportunidad.
Pero para describir con mayor precisión esta forma de ser arquitecto tal vez debamos profundizar un poco más. Si hasta aquí nos hemos referido a su capacidad de conjugar una agenda arquitectónica en un contexto cuanto menos demandante, finalmente ingresaremos a la esfera de sus obsesiones privadas y sus fantasías, ahora puestas al servicio de la construcción de su propia idea de domesticidad. Las condiciones sociales y económicas de Buenos Aires vendrán acompañadas de un tejido denso y compacto, construido sobre lotes relativamente pequeños, de fácil regeneración. Este entorno conformará un territorio fértil donde ensayar nuevos modelos de vivienda colectiva. Esta será la tipología seleccionada. El grupo de arquitectos sobre el que ahora nos interesa fijar la atención elegirá construir su propia vivienda rodeado de otras personas y otros edificios. Disueltos en el paisaje de una ciudad que hoy puede hilvanar un siglo de historia deteniéndose en cada una de estas edificaciones. Transformando cada caso en un observatorio para redescubrir nuestro territorio. Un lugar desde el cual separarnos del suelo para obtener vistas largas capaces de atravesar el tiempo y renovar el sentido de nuestras ambiciones.
Este grupo de arquitectos no necesitará construir su casa aislada del mundo, envuelta en un paisaje natural y estimulante para concebir una obra con agenda propia. Nada más lejos que la carte blanche que implica el conjunto de casas construidas y habitadas por los arquitectos que casi todos conocemos. Nos interesan ahora aquellos edificios donde el mercado inmobiliario haya fijado sus condiciones y el proyecto haya logrado debilitar sus convenciones y criterios de valoración. Esta forma de ser arquitecto desbordará el ámbito tradicional del proyecto. Administrará un volumen mayor de variables y asumirá muchas más responsabilidades para luego obtener una envidiable libertad de acción. El uso, la locación y la resolución arquitectónica -el qué, el dónde y el cómo- pasarán a ser instancias de proyecto simultáneas y de igual jerarquía. A contramano de la creciente incorporación de nuevas especializaciones al ámbito de la construcción, los arquitectos de Buenos Aires conformarán una resistencia activa empeñada en desfragmentar el camino que va desde el proyecto hacia sus futuros habitantes. Así, ofrecerán un modelo de referencia a la hora de construir una práctica capaz de diluir las obsesiones privadas con las necesidades públicas. Y no porque un puñado de iluminados haya resuelto este nudo gordiano, sino porque esta actitud pragmática se trasladará de generación en generación, impactando de manera directa en las prácticas contemporáneas. El panorama resultante describirá un recorrido de un siglo a través del tejido de Buenos Aires. Un tour por edificios construidos bajo las mismas condiciones que sus vecinos, pero capaces de recordarnos que toda ocasión puede permitir la aparición de una arquitectura crítica y propositiva. Esta constelación de casos revelará una gran diversidad de enfoques en torno a la vivienda colectiva, sin embargo todos necesitarán de un modelo de arquitecto capaz ofrecer un nuevo punto de vista. Una posición desde la cual desestabilizar las reglas del juego para así poder ensayar una nueva mirada. El conjunto de casos nos demostrará cómo cada momento requerirá de un despliegue de creatividad que progresivamente delineará un modelo de práctica específico, con un perfil tan reconocible como pertinente.
Alejandro Bustillo aprovecha el desarrollo de un edificio de rentas para incluir su estudio en la planta baja y su casa particular en el remate. Las técnicas de organización espacial, propias del clasicismo, se someten aquí a las condicionantes de un lote pequeño, irregular y situado entre medianeras. El salón principal de su estudio (foto) replicará los mismos elementos compositivos que encontraremos en las unidades de vivienda, pero ahora aumentando proporcionalmente la escala de los ambientes y los elementos arquitectónicos. El gran volumen de aire interior otorga al mobiliario una libertad organizativa que escapa a los cánones clásicos.
Antonio Bonet llega a Buenos Aires de la mano Ferrari Hardoy y Kurchan, sus antiguos compañeros del atelier Le Corbusier. Su casa se ubicará en el remate de su primer proyecto americano, bajo a una cubierta abovedada próxima a una terraza jardín abierta hacia el centro de la ciudad y en contacto directo con el cielo. La sección describe los tres estratos del proyecto. En el extremo opuesto de las unidades abovedados se encuentran los locales comerciales, vinculados al suelo urbano. Entre ambos estratos, un conjunto unidades pequeñas, organizadas mediante espacios de doble altura, dará forma a la demanda emergente de los grupos de convivencia alternativos a la familia nuclear y a las nuevas formas de trabajo, aún no abordadas por el mercado inmobiliario.
El bloque moderno llega al tejido de Buenos Aires en forma de desarrollo inmobiliario, impulsado en este caso por la familia de Jorge Ferrari Hardoy. Se trata de un edificio residencial, equipado con restaurante, lavandería y salón de lectura, ubicados en planta baja, junto a un atípico jardín frontal. La fotografía no solo describe la única fachada del conjunto, también revela la cristalización de un periplo tipológico: si la construcción en altura nace en América del Norte consolidando los frentes de manzana para trasladarse luego a Europa y obtener su versión objetualizada aislada en la naturaleza, el edificio Los Eucaliptos se presentará como la síntesis de ambas tradiciones. Su concepción celebrará el arribo del bloque moderno al tejido urbano, acompañado ahora de un fragmento de naturaleza pintoresquista, implantada sin mediaciones dentro de los límites de un gran patio frontal.
Mario Roberto Álvarez y Macedonio Oscar Ruiz construyeron sus propias viviendas en una pequeña torre al tiempo que finalizaban las obras del Teatro General San Martín. Un análisis de la planta tipo de este edificio revela que los dos proyectos comparten la misma técnica de organización espacial: las áreas de servicio se desplazan hacia el perímetro con el objetivo “corregir” la geometría del terreno y preparar el escenario para los espacios principales, conectados con la fachada acristalada. Hacia el interior del nuevo perímetro, todos los elementos se articulan de manera neoplásica.
De manera análoga a los colectivos europeos de los años 60, la Universidad de Buenos Aires será el aglutinante de este grupo de arquitectos enfocados simétricamente en la academia y en la práctica profesional. Su exitoso desempeño en los concursos públicos les permitirá direccionar los recursos obtenidos en cada una de las premiaciones hacia el mercado inmobiliario. El edificio Coronel Díaz será el emprendimiento en el que diseñarán sus primeras casas. Una estructura vertical dará pie a las demandas de cada uno de sus autores, generando una gran diversidad de unidades incrustadas en una estructura de orden regular. Un cerramiento exterior de mallas industrializadas pintadas color “Yellow Submarine”, contendrá las variaciones de cada episodio, transformando la tensión entre sistema y alteración en estímulo plástico.